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Psicopatología del terrorismo – Parte 4 y final: La visión del terrorismo respecto de las víctimas

La víctima tiende a ser incluida por el terrorista en su proceso motivacional, con el objetivo de neutralizar su conciencia y auto justificarse. Debido a las particularidades y conductas reales o supuestas de su víctima, el delincuente considera justificado su delito y éste le resulta moralmente aceptable.

El autor se dice a sí mismo: “las leyes y el sistema penal defienden los intereses de determinadas clases o grupos políticos. Yo no soy un criminal, sino la víctima de la injusticia social, del sistema y de las deficientes circunstancias sociales. Por lo tanto, con mi delito lo único que hago es corregir la injusticia del sistema aumentando la justicia del mismo. Por ello, mi transgresión de la ley desprovista de valor se “merece” su victimización. El criminal está plenamente convencido de la culpabilidad de la víctima.

Existen mayores resistencias morales contra los actos que ocasionan daños directos y concretos a una víctima real personificada, que contra aquellos que afectan a una víctima ausente, impersonal, anónima o abstracta.

En algunos hoteles, por ejemplo, tratan de contrarrestar esta tendencia con ciertas medidas preventivas. Así se encuentran en las habitaciones carteles que dicen: “Si después de su marcha faltan toallas, se hará responsable a la encargada de la limpieza”. De esta manera se familiariza a la empresa hotelera y se personaliza a la víctima potencial. Las personas honradas no robarían o engañarían nunca a un amigo o vecino, pero tienen menos reparos en realizar fraudes tributarios o de seguros. Aquí está presente una idea ya comentada: convertir a la víctima en ajena y anónima, es decir se recurre a la despersonalización.

Por otra parte la relación que el victimario establece con su víctima tiende a responsabilizar a ésta de sus actos. En los juicios sobre sí mismo y sobre los demás, el individuo insiste mucho en los factores personales y la situacionales. De modo general, está inclinado a creer que sus mejores actos y sus éxitos son fruto de su propia iniciativa, mientras que sus acciones menos estimables y sus fracasos son consecuencia de condiciones externas, que no dependen verdaderamente de él y tiende a acusar a su víctima. Este segundo estilo de interrelación con la víctima es la justificación.

La tercera manera en que el terrorista visualiza a su víctima sería el desprecio o desvalorización. Esta visión es tanto más marcada cuanto mayor es el daño infringido y más alta es la estima que sobre sí mismo tiene quien realiza la acción terrorista. En el caso del terrorismo de Estado se insulta al disidente y se le acusa de traidor a la Patria.

La cuarta perspectiva que se tiene de la víctima, que a veces puede ser compartida por terceras personas o grupos sociales, es atribuirle auto-responsabilidad. Se habla que el terrorismo ahora ya no es selectivo y que actúa sobre víctimas inocentes, ¿es que las otras víctimas no lo son? Es difícil admitir que terceras personas no implicadas en un acto de violencia incriminen a las víctimas la suerte que les está reservada. Sin embargo, las encuestas y experiencias hechas demuestran que esta conducta está lejos de ser una excepción.

Hasta hace poco, individuos a quienes se cuenta una violación demuestran a menudo falta de compasión, pudiendo manifestar abiertamente hasta desprecio por la víctima. Muchas personas, hombres, claro está, pero también mujeres, estiman que la mujer violada ha debido ser imprudente o ha adoptado una actitud provocadora, que no se ha defendido suficientemente.

En algunos regímenes dictatoriales es frecuente decir respecto de las víctimas del secuestro y tortura: “algo haría, en algo andaba metido”. Y en el caso del terrorismo anarquista se puede escuchar: “con sus declaraciones se lo estaba buscando”. Incluso existen personas que “entienden o comprenden” que a ciertos personajes públicos se les convierta en mártires del terrorismo, con los que se está a un paso de entender al terrorista y de responsabilizar a la víctima.

Se ha planteado que la mayoría de los individuos experimentan un profundo deseo de justicia para ellos mismos y para los demás. Desean creer que viven en un mundo relativamente justo, donde el ser humano merece lo que es. Así, mucha gente cree o desea creer que las personas son víctima de los prejuicios a causa de sus propias disposiciones o diligencia por evitar los peligros y el dolor.

Esta teoría es tranquilizadora para el que no sufre; en efecto, si las víctimas son responsables de lo que les sucede, puede esperar estar suficientemente avisado para no encontrarse un día en su situación. Esta convicción permite seguir obrando y afrontando las luchas diarias. Sin duda las víctimas de opresiones y de violencias no se adhieren con agrado a la ideología de un mundo justo. Esto no impide que ésta esté ampliamente difundida entre la población, al menos en algunos sectores.

Dr. Pedro Retamal C.
Profesor Asociado
Departamento Psiquiatría. Campus Oriente
Facultad de Medicina. Universidad de Chile.